Las imágenes en Europa donde la comunidad aplaudía a los miembros de los servicios médicos, las pudimos ver en Colombia a través de múltiples informes periodísticos y nos contagiamos de esa muestra de solidaridad.
Pero esa euforia cambia con una facilidad arrolladora cuando un miembro de estas instituciones comete algún error, entonces pasa a ser un villanos, el más malo de todos, lo despreciamos al instante. Somos una sociedad de odios y amores.
Hace mucho tiempo los médicos eran las personas más importantes en una sociedad, junto con el cura y el alcalde, sin embargo, ese estatus social sufrió un cambio drástico y en pandemia ha sido mucho más evidente, pese a su importante papel en la contención del virus.
Ellos son la primera línea de combate ante esta enfermedad, y no estoy diciendo que por eso les pague más o se les den mejores condiciones laborales –que en verdad las necesitan–, con que les respetemos como seres humanos, nosotros, como sociedad, ayudaríamos mucho.
Fue muy doloroso ver cómo hubo enfermeras que fueron echadas de sus unidades residenciales, médicos que fueron amenazados o personal médico a quienes no se les permitía ingresar a los supermercados. En un una sociedad civilizada esto no se permitiría.
La paranoia no puede llegar hasta el punto de aislar a las personas que gracias a su dedicación han salvado muchas vidas
No más con la discriminación hacia los médicos, enfermeras y todas las personas que trabajan en centros asistenciales y hospitales.
Y toda mi solidaridad con ellos en estos momentos que más los necesitamos.