¡Se lo tragó la tierra! …..
“Ha.. lenguas bravas y viperinas”
Al despertar el pueblo de la siesta diaria en la que todas las actividades se paralizaban por un corto periodo de tiempo después del almuerzo, haciendo honor a una tradición heredada de los Fundadores Españoles, se encontró con el rumor escalofriante y aterrador de una manifestación divina ocurrida esa mañana en la vereda de un poblado vecino.
Aquel caluroso pueblo reiniciaba su vida cotidiana después de las dos horas de siesta, pero ese día el ambiente estaba particularmente alterado y enrarecido con la llegada de una noticia difícil de creer y de asimilar, las lenguas viperinas y bastante comunicadoras, contaban que en el pueblo vecino, más exactamente en una de sus veredas, de nombre “los Manueles”, a un jóven se lo estaba literalmente “tragando la tierra”, por haber sido mal hijo. Contaban que del cielo había caído un rayo poderoso que le abrió la tierra a sus pies y esta se lo empezó a tragar de a poquitos.
El revuelo era tanto que en todas las casas de aquel caluroso pueblo no salían del asombro ante semejante noticia y la atribuían a una demostración divina del poder que tenía DIOS cuando no se respetaban sus mandamientos, sobretodo el número cuatro que rezaba: “Honrarás a tu padre y a tu madre”
La familia Caballero no estaba ajena a este acontecimiento, en especial Oliva la madre, una gorda matrona de vieja data a la que le gustaba más el chisme que la comida, deporte que podía practicar a sus anchas en su pequeña tienda de barrio que atendía personalmente. La segunda pasión de Oliva era la religión, para lo cual sin ningún afán se repetía cuatro o cinco rosarios diarios a fín de solicitar el perdón de los pecados cometidos o por cometer de sus hijas y el viejo Rafael, que la mala fortuna y la vida le había dado como marido, pero que ella había jurado ante el altar respetar hasta la muerte (lo de obedecer ella se lo había cambiado muy astutamente por una regla casi parecida) “si el viejo Rafael quería permanecer vivo sólo tenía que hacerle caso a ella y punto.”
Cuando el viejo Rafa, como lo conocían todos en el pueblo, después de tomar su siesta se disponía a salir a trabajar en su jeep Willis en el que transportaba a los campesinos del pueblo a las veredas, escuchó el llamado a gritos de su esposa Oliva supo que esa tarde no sería normal.
¿Rafa y usted para dónde va?, grito la vieja, no ve que yo tengo que ir a ver al hombre que se lo está tragando la tierra, quiero llevar a las hijas para que sean testigos de ese castigo divino y cojan el temor a DIOS que tanta falta les hace.
Rafa sabía que con su mujer nunca se ganaba una pelea y menos si de religión se trataba, aquel viejo cascarrabias y mal humorado solo pudo refunfuñar y aceptar de mala manera la orden dada.
Cuando la familia Caballero estaba lista para emprender el viaje de peregrinación que los llevaría a ver ese magno acontecimiento divino, llegó para sumarse a la expedición el padre Vicente acompañado de una provisión extra de agua bendita para rociarle al pobre muchacho sobre su cabeza, antes de que la tierra acabara de engullírselo. También venía una comisión de damas pertenecientes a la orden de las adoradoras del santísimo (con una provisión extra de escapularios y camándulas) las cuales hacían rosarios colectivos en los que siempre participaba Oliva; ni para qué imaginar la cara del viejo Rafa que no solo le tocaba aguantarse a su mujer, sino de paso llevar gratis a ese poco de viejas beatas y desocupadas, patrocinadas por el padre Vicente que por su jerarquía era casi impensable cobrarle el pasaje.
Al viejo jeep de Rafa no le cabía un alma más, por fin se acomodaron sus tres hijas, la mujer, el padre y la comisión de beatas, emprendieron el viaje peregrino por una carretera destapada y sin pavimentar que los conduciría al pueblo vecino y luego a la vereda “los manueles”, lugar de los hechos fatídicos, donde la tierra se había abierto para tragarse a un pobre cristiano insolente.
En el viaje como era de esperarse los rosarios y las camándulas estaban a la orden del día, pues ni el radio se pudo prender por respeto a la oración y a las letanías que constantemente las mujeres recitaban. Aparte de comer polvo todo el camino y aguantar los rosarios y rezos de sus pasajeros, el viejo Rafa notó la caravana de carros muy numerosa, unos subían y otros bajaban por aquella angosta carretera que por lo general era muy poco transitada, pero que a raíz del rumor tirando a “chisme” regado por toda la región, se había despertado un interés colectivo e inusitado para ver de cerca a ese pobre joven que había caído en desgracia.
De vez en cuando el viejo Rafa paraba a los carros que regresaban y les preguntaba que ya por donde la tierra llevaba comido al joven, a lo que los viajeros le respondían con una seguridad pasmosa y una mirada de asombro, que al joven solo se le veía de la cintura para arriba, que el resto ya estaba enterrado. Ante estas aterradoras noticias la vieja Oliva, sus amigas, las hijas y el padre solo acataban en persignarse y seguir rezando el rosario, paso seguido Oliva apuraba a su marido para que acelerara el destartalado carro a fin de llegar mucho más rápido y le sentenciaba con su voz de mando:
–Mire Rafa donde lleguemos y la tierra ya se haya tragado completamente a ese pobre joven y no lo podamos ver para echarle el agua bendita, usted me las paga y usted me conoce como soy yo cuando me emberraco, así que acelere pues y mueva esta carcacha.
Hacia el filo de las 6 de la tarde con una temperatura más cálida de lo normal y un bochorno insoportable, la comitiva llegó por fin al lugar indicado, el terreno estaba arropado por un cielo gris y tenebroso, se suponía que en ese preciso instante estaban ocurriendo los hechos, de connotación casi apocalíptica (según el padre Vicente), los viajeros bajaron del destartalado carro llenos de polvo y el corazón en la mano, con una cara de susto y angustia por lo que les esperaba, al poder tener por fin frente a sus ojos al jóven pecador que se lo estaba tragando la tierra como castigo divino.
Como no eran los únicos visitantes, inmediatamente se sumaron a la romería que empezaba a subir a pie un angosto sendero que terminaba en la punta de una pequeña loma donde estaba una enorme ceiba que le daba sombra a la humilde casita hecha con ladrillos de barro y con techo de palma, junto a la ceiba encontraron una mesa de madera rústica sobre la que había puesta una bandeja de plástico llena de empanadas y un balde con limonada, sentada al extremo de la mesa estaba Aurora una vieja luchadora de mil batallas, con sus canas y sus arrugas muy bien llevadas, una moña muy bien hecha adornada con cintas de colores, su vestido floreado cubierto por un delantal de tela complementaban su humilde e indefensa apariencia de madre cariñosa y abuela consentidora .
Ante el asombro de aquel cuadro tan pintoresco que los visitantes encontraron, el padre Vicente sacudió su sotana llena de tierra y secó el sudor que le producía el sofocante bochorno de la tarde , se le acerco a la anciana de la mesa, y le preguntó por el sitio donde estaba el joven que se lo estaba tragando la tierra, esperando que esta buena anciana les indicara el lugar exacto a fin de poder verlo antes de que se ocultara el sol y la tierra se lo acabara de comer.
La respuesta de la anciana no fue más sorprendente que la misma noticia que los había traído hasta ese lugar, la humilde viejita le respondió:
– Padrecito que pena con usted y sus amigos que se hayan pegado semejante viaje, pero déjeme contarle lo que paso en realidad: esta mañana fui a la tienda de la vereda por unas cosas que me hacían falta para hacer las empanadas que vendo todos los sábados en el pueblo y alguien me pregunto por mi único hijo llamado Ulises, yo le respondí muy triste:
– ese mal hijo hace ya tiempo que no sabemos de él , después de que nos contestara groseramente a su papá y a mí se fue, seguramente “Se lo tragó la tierra”
Imagínese padre lo que pasó después, empezó a llegar a mi casa gente de toda la vereda y la región buscando al jóven que se lo estaba “tragando la tierra” por ser mal hijo. Yo al comienzo no sabía de qué se trataba, pero cuando recordé lo que dije esta mañana en la tienda entendí, que el chismoso de la tienda y sus clientes mal interpretaron mis palabras y armaron uno de los rumores más grandes de toda la región, imagínese lo grande del chisme que hasta usted padrecito se lo creyó.
La vieja Aurora les comentó que como se cansó de dar explicaciones a los visitantes que llegaban por montones, mejor se puso a cocinar y vender empanadas y limonada a los viajeros y peregrinos que se tomaron la molestia de pegarse semejante viaje tragando polvo todo el camino, siguiendo tan solo un rumor.
Con una sabiduría que sólo dan los años, la vieja Aurora le dijo al padre Vicente:
– Se da cuenta padrecito tanta gente desocupada que hay en el mundo! qué cosa por DIOS! Como dice la canción de la radio y tarareando el estribillo le cantó un pedacito: “Que todo se va sabiendo, pero nadie lo sabía, esas lenguas bravas pueden ser las más podridas “.
Después de semejante chasco tan monumental vivido por Oliva y compañía, no les quedaba otra cosa que guardar las camándulas, almacenar de nuevo el agua bendita y regresarse con el rabo entre las piernas, pero antes y para completar su desgracia al viejo Rafa, a regañadientes y por orden expresa de su mujer, le tocó pagar la cuenta de las 30 empanadas y 20 limonadas que consumieron con bastante avidez sus compañeros de viaje.
Ya de regreso, todavía seguía la romería de carros con destino a el lugar de los acontecimientos y cada vez que algunos de estos viajeros paraban en la carretera al viejo Rafa que ya venía de regreso, para preguntarle por donde ya la tierra llevaba tragado al jóven pecador, este les respondía con una seguridad pasmosa y una cara de asombro que cualquiera le creía sin dudar.
– Al pobre jóven solo se le ve parte del estómago, los brazos y la cabeza, porque lo demás ya se lo tragó la tierra. Paso seguido los viajeros que hasta ahora iban de camino apresuraban la marcha y se perdían en la nube de polvo formada por la cantidad de carros que ese día congestionaron la olvidada vía.
El viejo Rafa, junto a sus compañeros de aventura y en medio de miradas de complicidad, soltaban una sonora carcajada, al saber que no habían sido los únicos seres en el pueblo que se dejaron llevar por un rumor aparecido después de la siesta.
Después de recitar las mismas mentirosas respuestas una y otra vez a todos los que lo paraban y le preguntaban en el camino, el viejo Rafa miró con su cara de puño llena de polvo, a sus compañeros de viaje y les refunfuño:
–Ni de vainas les digo la verdad a ese poco de chismosos desocupados, que sigan su camino en busca del hombre que se lo tragó la tierra y se traguen más bien esa lengua viperina que tienen y ojalá lleven platica de más, para que puedan pagar las empanadas y limonada más caras del mundo que vende esa vieja usurera y aprovechada.
“El rumor es como un cheque, no hay que darlo por bueno hasta comprobar que tiene fondos.”
Anónimo