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“LA VIDA ES ASÍ”

“LA VIDA ES ASÍ”

 Todo fue felicidad en la casa de don Apolinar Martínez por el nacimiento de su primogénito, después de mucho tiempo   e incontables rogativas al patrono del pueblo   San Jacinto, por fin su enfermiza esposa le había dado el hijo que tanto anhelaba; aunque esa noche no todo fue felicidad, pues a don Apolinar el cielo le dio un hijo, pero le quito una esposa, la pobre mujer no tuvo las fuerzas para resistir el parto y murió.

A pesar del luto por la pérdida de su amada esposa en la casona todo fue felicidad para aquel orgulloso papá. Lo primero fue mandar a llamar casi al filo de la media noche al sacerdote, el padre Vicente, español de fuerte carácter a quien no le gustaba salir después de la misa de 6 de la tarde, pero que tratándose de uno de los hombres más ilustres y prestantes del pueblo y en vista de lo que la gente ya empezaba a catalogar como otro milagro más del santo patrono, acudió sin reparo alguno a la gran casona ubicada en el marco de la plaza  lugar donde vivían las gentes más prestantes del pueblo. En una misma noche aplico los santos óleos a la madre y bautizo al hijo pues su estado de salud no era muy bueno, por lo que no se creía que sobreviviría mucho tiempo.

 Don Apolinar lo llamó JACINTO, cumpliéndole   así una de las muchas promesas hechas al santo, pues todo el pueblo le atribuía el milagro del nacimiento al santo patrono. Los padrinos no podrían ser otros que el alcalde Zenón y su esposa, quienes asistieron sin demora a la casa de su gran amigo y vecino  para honrar, así fuera por un tiempo muy corto en vista de la mala  salud del bebe, la palabra empeñada a don Apolinar   de apadrinarle a su primogénito, fue tal el  revuelo – esa noche en el pueblo donde nunca pasaba nada,  que por primera vez en mucho tiempo la gente salió en pijama a la madrugada y se apostó a las afuera de  la casa de don Apolinar solo  para poder ser testigos de dos acontecimientos muy raros que ocurrían  al mismo tiempo, el primero era presenciar otro milagro más del santo patrono,  pues era casi imposible que ese niño naciera y se criara y el segundo más terrenal era el hecho de ver  bajo el mismo techo  reunidos  a  los dos más grandes enemigos conocidos en ese poblado, esa noche verían  al alcalde  y al cura reunidos en sana paz  sin tener que escuchar las puyas y vainazos de parte y parte, este bebé  había logrado lo impensable y eso le daba un buen augurio.

Apolinar  hombre alto de contextura delgada,  piel blanca y canas prematuras las que ocultaba bajo su sombreo , siempre vestía  con un  traje impecable de lino suave de colores claros,   esto le daba  un toque de elegancia y distinción;   era un comerciante muy hábil  que había obtenido  su gran capital por ser el heredero único de una familia de mucha tradición y respeto en la región, herencia que  recibió    luego de la  temprana muerte de su madre y la desaparición de su padre quien  también fue comerciante. El negocio familiar por muchas generaciones siempre fue el de la compra y venta   del maíz, producto que para la época era el que movía la economía de aquel pequeño pueblo, su importancia era tal que hasta una variedad de maíz blanco llevaba el nombre del poblado.

 Por su condición de hijo único Apolinar sabía a ciencia cierta por lo que pasaría su querido y esperado hijo con el agravante que también crecería huérfano de madre, esto le hizo prometerse que jamás se casaría de nuevo y que al pequeño Jacinto nunca le faltaría nada en su solitaria vida, desde ese día Apolinar se dedicó a cumplir dicha promesa por el resto de sus días.

 Esta promesa    la cumplió a cabalidad, al punto que cuando ya no tuvo más fuerzas para trabajar le entrego a su amado hijo,  mediante  documentos legales, el manejo absoluto   de sus negocios  incluyendo la   propiedad de su única casa, don  Apolinar  le puso  sólo una condición a su hijo y fue que él seguiría viviendo en ella  usando solo su  cuarto, Jacinto podría disponer a sus anchas del resto de aquella gran casona, pues su hijo era el único ser en el mundo en el que aquel viejo zorro negociante confiaba plenamente.

Jacinto no sólo gozó de muy buena salud gracias a los exagerados cuidados de don Apolinar, muy pronto se casó y a diferencia de su padre aumento su descendencia rápidamente y para cuando don Apolinar cumplió los 87 años ya era abuelo de cinco varoncitos y dos preciosas niñas, la felicidad de aquel viejo era plena. Por su deteriorado estado de salud permanecía todo el tiempo en la casa, contemplando y gozando de unos de sus más grandes sueños, que era el de tener una numerosa familia y no estar solo en sus últimos días.

Los problemas comenzaron para don Apolinar cuando sus queridos nietos crecieron y exigieron más espacio dentro de la casa, para ese momento cada nieto quería su propio cuarto, a Jacinto la situación se le tornó muy complicada puesto que todos los días tenía que aguantar la cantaleta y reclamos de los hijos y su mujer exigiendo más espacio. hasta que llegó el momento en el que a Jacinto le toco tomar la decisión más difícil de su vida, le pidió a su papá que abandonara la casa para que sus hijos pudieran utilizar la habitación que él ocupaba, la orden de su hijo era que se fuera   a otro pueblo donde seguramente estaría tranquilo y no tendría que aguantar el ruido y las molestias de los nietos. el viejo Apolinar entendió en el momento que su hijo al que él le  había escriturado todo su patrimonio y era el único dueño de todo lo suyo   lo estaba echando de su casa  sin ninguna consideración,   el viejo sabía  que el poco dinero que su hijo le diera para el viaje se le acabaría muy pronto , con su edad y sus grave estado de salud seria casi imposible que pudiera regresar , por lo que seguramente terminaría durmiendo en la calle de cualquier pueblo desconocido  hasta el día de su muerte; callado y pensativo  haciendo gala de su orgullo y con la dignidad que siempre lo caracterizo, alistó la  pequeña  maleta para emprender al día siguiente  su viaje sin retorno.

Para la época, de ese pueblo no partía  sino un bus escalera a las 5 de la madrugada, la salida era  en el cruce de caminos polvorientos a las afueras del poblado ,   debajo de una vieja  y frondosa ceiba   que estaba en ese lugar desde que el pequeño pueblo se fundó, hasta allí   llegaron en  la madrugada  don Apolinar y su hijo Jacinto, el viejo se sentó en una banca a esperar a que pasara la línea como llamaban en esa época al servicio de transporte, de un momento a otro y  sabiendo que era algo que ya no se podía retrasar  más, el enfermo viejo  empezó a llorar en silencio,  Jacinto notó el llanto de su padre  le paso el brazo sobre el hombro y le  susurró al oído, tranquilo papá que yo muy pronto voy a buscarlo este viaje  es temporal,  “la vida es así”. El viejo Apolinar no solo  sabía que ese viaje era sin retorno, si no  que esta sería la última vez que vería a su querido hijo, sin embargo se incorporó y muy pausadamente saco su pañuelo, limpió las lágrimas de su rostro y le respondió a su hijo: – Mijo yo no lloro porque usted me echó de mi casa y se quedó con todo lo mío,  lloro porque hace cuarenta años   yo le hice lo mismo a mi viejo padre , lo traje   a esta misma ceiba  a la misma hora y le dije las mismas palabras que usted me acaba de repetir, ese día mi padre se montó en el bus y desapareció para siempre porque yo nunca lo fui a buscar, hoy me  toca pagar  por lo que hice  “la vida es así”

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